Oscuro viento inmóvil
No quería salir, pero le daban palos, palos para que saliera, palos para que se emborrachara. Las extranjeras en la puerta, listas para acomodarle los músculos en la mejor cama de la casa. Y sus películas de estreno apiladas en la repisa de los treinta y tantos libros aún sellados. Tenía al diablo columpiándose adentro, con un ramo de flores en descomposición entre los dientes y un sonido de abejas en los oídos. Tenía al diablo soplándole palabras en el sueño, en el oscuro viento inmóvil. Y era de noche cada vez que despertaba. El diablo le decía poemas. Y era dulce y hermoso y asesino. Lo llevaba en carros tirándolo y corría por encima de las ventanas de las casas y las paredes porque la ciudad se había volteado. Lo llevaba tan a prisa y tan cantando que no podía verle la cara un segundo, pero podía ver en el fondo callejones estrechos, automóviles cayendo y techos de casas en extraños ángulos devorando cuellos blancos y sensuales como