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Mostrando entradas de agosto, 2013

Me gusta, no me gusta (a lo Roland Barthes)

No me gustan los celulares, las manzanas ni los adolescentes. No me gusta tener que comer cuatros veces al día, vestirme comprar ropa, saludar. No me gusta hablar. No me gustan los novios en el cine, ni el matrimonio, no me gustan los bebés, las risas agudas. No me gusta la diplomacia, la avaricia, los empresarios ni los emprendedores. No me gusta la luz artificial, las piscinas ni las palmeras, las galerías de arte. No me gusta el deporte ni los fuegos artificiales, no me gustan las competencias, no me gustan las profecías, no me gusta Londres, no me gusta la monarquía ni la república, no me gusta la danza Butoh, los humoristas ni los notarios. No me gusta Bukowski, Salvador Dalí ni el circo chino. No me gustan los cumpleaños ni las reuniones de profesores. No me gustan las evaluaciones, ni la Educación física. No me gustan las premiaciones, el mejor compañero ni el amigo secreto. No me gusta el joven Werther, no me gustan los automóviles, no me gusta comprar ni vender. No me gustan

Leila sobre Hebe

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Hay una cámara que muestra esta imagen: una habitación oscura, una luz cenital y, debajo de la luz, una mujer sentada en una silla de madera. Lleva el pelo corto, pantalones de tela, una camiseta blanca, las manos sobre las rodillas. Con  voz modulada y monótona, la mujer dice: “Tengo muy pocos principios o convicciones firmes. Pero sí creo en que debemos tratar bien a los que tenemos cerca y en que todas las personas tienen derecho a momentos de placer, alegría o como se llame”. La cámara  no se mueve. La mujer no parpadea. La escena no existe. Existen la mujer, la voz, el texto escrito por ella y, en el hipotético comienzo de un hipotético documental sobre su vida, la escena podría ser una declaración de principios de ese estado de discreción benévola en el que vive y bajo el que crujen las capas tectónicas de la tragedia humana. Porque –si observan con cuidado- la palabra “placer” y la palabra “alegría” están deliberadamente desamparadas bajo la lluvia ácida del “como s

Corazón de un nombre

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Me recuerda tanto a alguien, alguien que tiene en el corazón de su nombre algo que se repite, no varias veces sino dos. Ella lo ha decidido así, así le parece auténtico, así es como ella, se le parece. Como a mí me parece mejor Nina, con dos N, con dos N de NN, de cualquiera de por aquí, o de por allá, pero que recuerda.