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Mostrando entradas de octubre, 2010

David*

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Tengo nueve días para escribir un poema que dure novecientos noventa y nueve mil años. Lo cierto, es que no podré. La poesía es como arrojar piedras a la nave espacial donde está Dios. Y eso, no es sencillo. He pensado, por ejemplo, iniciar hablando sobre Jesucristo extraviado en las calles de Nueva York, pero al llegar al punto en el que el Nazareno entra a un banco y cambia la redención de los hombres por 58 dólares, me quedaría sin tema, y me vería forzada a inventarme un combate a muerte entre el mesías y Spiderman. Pensé, también, en escribir que escribía, pero ya lo habían hecho. Finalmente, decidí olvidar todo esto y hablarles de mí, Rebeca Rojas, a su servicio: Nací el 34 de enero de 1755. Nací con el cuerpo tatuado de espejo y una corona de raíces. Recuerdo mi infancia. Me paraba junto al río a que el agua mojara mi sombra. Las tardes, entre blancas y azules como los caballos descendían con un suave galope de cristal entre los montes. En aquellas horas del día procurab

Rito fúnebre

Me encuentro con un amigo a la salida del auditorio. Es Illanes y aún me pide disculpas por rayar las paredes de mi casa con ese plumón azul tan reticente al alcohol. Me muestra un libro de Héctor Viel Temperley y me lee un gran poema tras el edificio de los mosaicos. Un gran poema del que no logro oír más que frases sueltas que se anudan brillantes y explotan antes de ser comprendidas. Estamos tirados en el pasto y el sol nos pega de frente. Illanes tiene calor, quiere moverse de aquí. Yo tardo un poco más en reaccionar ante este calor, y es que la situación me sorprende débil, le comento a Illanes; llevo dos días con este dolor de estómago, aletargada. Pero creo que no me entiende, no llega a oírme. Yo le digo estómago y él piensa, supongo, en esquirlas doradas incrustándose en la piel, en números primos y soledades binarias del arcoíris de fuego... "Camisa de mariposas", de pronto oigo que dice. Me gusta esa imagen, una camisa de mariposas. Un corazón de mariposas, me

Hoy soñé con mi padre

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Hoy soñé con mi padre, que levantaba sacos de pasto seco con sus lentes grandes y su jockey eterno, con su ropa sucia e infantil, con parches de letras redondas y de colores. Hoy, o anoche –comprendo hoy, o anoche, la inutilidad del tiempo- yo soñé con mi padre y recordé que existía.  Mi padre levanta livianos sacos de pasto seco cada mañana y cada tarde y los vacía en cajones de madera. Esos que fabricara cuando yo lo visitaba para hablar de los materiales con que se construye un ciruelo o un barco fantasma.  Una vez volcados sobre los recipientes los mueve a los corrales en donde gritan hambrientas las cabras que viene criando desde el 2008. Una vez me conseguí una cámara fotográfica y les tomamos fotos a tres cabras nuevas. Eran blancas y tenían en el cuello una cinta roja que él les había puesto para la buena suerte. Él me enseñó a sentarme entre los cajones y el pasto seco del suelo; el que ya no se comieron y que les sirve luego de alfombra. Me dijo que para conoce