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La náusea

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Ya no sirve pensar en jabón cuando viene la náusea. Cuando viene no se puede detener; se ha fortalecido. Un cuerpo con musculatura que se abre paso en la garganta, un dolor que sube, que sube, que nubla y ofende, cuando ha acabado.  Es triste pensar que la poca energía se va en una contracción. Una bocanada de vida por el alcantarillado. Es una ofensa. El cuerpo envuelto en sudor parece infantil porque es un sudor limpio y evaporable. La palidez en cambio, es anciana, intacta. Uno cree que todo el mundo debería servir para algo, pero la náusea viene y se burla. La muerte fija lo que debería crecer y la mirada  aguda en el piso se nubla. 

Zaza, Amie de Simone de Beauvoir

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Durante todos estos meses me ha acompañado esta lectura. Los fragmentos que escogí para copiar acá hablan de Elizabeth Mabille: Zaza, pero podría citar cualquier otra página y encontrar algo preclaro; se me viene a la cabeza esa palabra para definir este libro. Un libro de memorias preclaro. Es muy buena también  esa otra palabra del título: memorias,   sus memorias como si el aparataje de retención operara distinto una y otra vez. Cuando no quiero hace nada, me estiro en la cama a leer estas memorias y retengo retenciones ajenas. Y su memoria hace andar la mía como un engranaje de la historia social. Cuando quiero hacerlo todo, también me lanzo a la cama a devorar el lenguaje de aquella a la que hubiera invitado, como en La invitada , a vivir la autenticidad.     94 Con Zaza  teníamos conversaciones verdaderas, como de noche papá con mamá. Conversábamos de nuestros estudios, de nuestras lecturas, de nuestras compañeras, de lo que conocíamos del mundo; no de nosotras

Me gusta, no me gusta (a lo Roland Barthes)

No me gustan los celulares, las manzanas ni los adolescentes. No me gusta tener que comer cuatros veces al día, vestirme comprar ropa, saludar. No me gusta hablar. No me gustan los novios en el cine, ni el matrimonio, no me gustan los bebés, las risas agudas. No me gusta la diplomacia, la avaricia, los empresarios ni los emprendedores. No me gusta la luz artificial, las piscinas ni las palmeras, las galerías de arte. No me gusta el deporte ni los fuegos artificiales, no me gustan las competencias, no me gustan las profecías, no me gusta Londres, no me gusta la monarquía ni la república, no me gusta la danza Butoh, los humoristas ni los notarios. No me gusta Bukowski, Salvador Dalí ni el circo chino. No me gustan los cumpleaños ni las reuniones de profesores. No me gustan las evaluaciones, ni la Educación física. No me gustan las premiaciones, el mejor compañero ni el amigo secreto. No me gusta el joven Werther, no me gustan los automóviles, no me gusta comprar ni vender. No me gustan

Leila sobre Hebe

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Hay una cámara que muestra esta imagen: una habitación oscura, una luz cenital y, debajo de la luz, una mujer sentada en una silla de madera. Lleva el pelo corto, pantalones de tela, una camiseta blanca, las manos sobre las rodillas. Con  voz modulada y monótona, la mujer dice: “Tengo muy pocos principios o convicciones firmes. Pero sí creo en que debemos tratar bien a los que tenemos cerca y en que todas las personas tienen derecho a momentos de placer, alegría o como se llame”. La cámara  no se mueve. La mujer no parpadea. La escena no existe. Existen la mujer, la voz, el texto escrito por ella y, en el hipotético comienzo de un hipotético documental sobre su vida, la escena podría ser una declaración de principios de ese estado de discreción benévola en el que vive y bajo el que crujen las capas tectónicas de la tragedia humana. Porque –si observan con cuidado- la palabra “placer” y la palabra “alegría” están deliberadamente desamparadas bajo la lluvia ácida del “como s

Corazón de un nombre

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Me recuerda tanto a alguien, alguien que tiene en el corazón de su nombre algo que se repite, no varias veces sino dos. Ella lo ha decidido así, así le parece auténtico, así es como ella, se le parece. Como a mí me parece mejor Nina, con dos N, con dos N de NN, de cualquiera de por aquí, o de por allá, pero que recuerda.

Escritura I

¿Dónde están todas esas conversaciones que mis personajes tenían? Mis personajes, es decir, mi madre, es decir, Edith. Es decir, yo, ella y la que deseo. Esas conversaciones se le van olvidando a esta narradora, porque cada vez que quiere contar, los personajes sostienen nuevas conversaciones. Ella la anota, la nueva conversación, resume en una palabra el nuevo significado, la nueva pequeña verdad que cree saber. Pero aparece otra, ocurre otra y todas las anteriores no parecen pequeñas sino pequeñeces, nada que importe demasiado. A esta narradora no le gustan las historias, pero quisiera decir algo y no puede con versos, no le sale más que para el lado. Piensa que tal vez debería dejarse llevar por una trama, pero ninguna le parece justificable para sostenerla en el tiempo de las páginas, no, no le gustan las tramas, no le importa lo que pueda suceder, la sensación es la misma, ¿para qué desviarse con hechos y lugares? Todo es gris, gris azul, gris violeta, gris rosa, niebla g

Prematuración

EMULACIÓN DE TU En memoria de Katharine Kai Allen Quiero morir con vos, Y de vos, nunca antes, Tampoco después, haceme El favor de no adelantar nada, misma Cita, hora, precipicio, cuerda. Si sólo una vez mueres sin Mi, todo me matará, morir Sin vos, es matarme con Los ojos, con el llanto, con La desesperanza, con el frío. Todos me matarán, afilarán Sus navajas contra mí, El encuentro de ellos, será Encuentro de muerte, sus Ojos me atravesarán instantáneamente, Incluso sin que yo advierta el frío. Y no por ellos, nunca Ellos sobre mí, seré Yo quien tire, porque Sus ojos me reflejarán Me dejarán ver muerte Viva, me aterro sólo De sospecharlo, será Preciso mutilarme los ojos, Tirarlos a la luz enceguecida Para que se callen, caídos De prematuración, neonatos vivos. Es preciso morir con vos, Fallecer de vos, de lo contrario Por segunda vez morirías sin Mí, es preciso cercenarte para Que no adelantes, para que

El prólogo más bello que leí en mis últimos 58 años

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ENTRE NOS El arte permanece fuera del tiempo, inalterable, a no ser por el ojo que lo ve. Así también el polvo, magna manifestación de la muerte. Entonces, es posible decir que el deseo de «hacer» arte no es sino el deseo de «hacer» muerte, espacio en donde el sosiego es absoluto. Así, es ineludible para mí, el caer al abismo que se abre al mirar esta serie de lagartas, divertimento extremadamente personal de la artista, que, involucrada en los infinitos juegos y disfraces de sus creaturas, termina por borrarnos la sonrisa e incrustarnos en lo inevitable. Es ahí donde quedo atrapada, en esa grieta imborrable y sonriente que Gabriela Villegas me planta en el camino, y que amable, me obliga a transitar. Pero a diferencia de ella, no puedo sonreír. Los gestos y malabarismos de esas reptiles se me graban en la mirada y me agarran por el dedo hasta hacerme necesario el rastro sobre el papel. Entonces, enlazadas en interminables conversaciones, surge este doble juego, donde el arte

Cartas de Alejandra Pizarnik a Silvina Ocampo

1 Quien siente mucho, se jode y no encuentra palabras y entonces no habla y es ésa su condena. Me apresuro a emitir mil gracias por las flores que recibí gracias a vos el sábado 29/11/69 a las 7 u 8 del crepúsculo, son tuyos o no los dibujos o incisiones o mascarillas... Un abrazo breve para que admires qué pronto conseguí un gravador de papeles como el tuyo, A. 2 Tarjeta minúscula con tres niñas-ángeles en la nieve -la más pequeña avanza con un farol Señores de ahí arriba: para Silvina exigimos todas las alegrías suaves e intensas, y que escriba muchísimo, y que sea como es si bien la aceptamos de todos modos si llegara a cambiar. Otrosí: deseamos para ella todo el bien Alejandra 3 Tarjeta con dos tréboles, uno violeta y otro celeste, sobre fondo rectangular verde enmarcado en celeste. Silvina: hoy me pregunté: ¿cómo sería el mundo si Silvina no hubiese nacido? Gracias Tuya Alejandra Escrito transversalmente en el borde izq

Edad, esa equivocada palabra

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Memoria genética se abre dentro de su cuerpo coagulando sangre y haciendo más lento el curso de sus movimientos. Eso le pasa a veces; que está en la avenida y los automóviles le parecen naves, la gente es demasiada y repentina, su ropa pequeña e inexplicable. Dónde está la tierra, donde el río, dónde el árbol y el hijo. Siempre tuvo un niño, o una niña, luego fue la madre de muchos y aprendió a cuidar y a curar. Hoy piensa que se va creyendo la gran madre de todos por esto, y que no quiere que nadie la cuide porque jamás. Ayer deseó a una mujer de cabello rojizo y casi la amó, le dijo flores, canciones, manos y boca. Le dijo historia, novela, aire y pasado. La mujer respondió edad, esa equivocada palabra. Ella, con coágulos de sangre, volvió a decir hija, hija mía. La mujer no creyó. Pero ella la conoce, desde que era niña, en el valle. Sabe cómo camina y cómo cierra los ojos. La mujer no sabe que su pecho está lleno de flores, y sin embargo, a veces, cuando sueña, no puede

Formas de salir de casa

Supone que así es como la gente se va de casa. Mirar primero las paredes, las esquinas, la textura de una tabla, el techo, el piso; una mirada circular de la habitación. Solo que esta es pequeña y el recorrido termina pronto. Luego una pena por lo que no puede llevarse, su cama, el mueble en donde apilaba sus libros, en contraposición a lo que si se lleva, en contraposición a la niña de la casa, que no verá.   No quiere mirarlas, quiere estar en otro lugar y que hayan pasado días. Quiere un poco de costumbre, no lo que siente ahora. No quiere mirar pero mira, levanta la cabeza y se despide, el rostro serio, la nostalgia es por la niña, porque no olvidará que esto lo esperaba la madre hace mucho tiempo. Dos años antes no había niña, esa niña violenta con venitas en los párpados y labio superior ligeramente levantado. Aún era hija única o hija sola como se decía de chica. Su nacimiento coincidió con la llegada de otra persona, una mujer a la que vamos a llamar Irene. Ir