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Mostrando entradas de febrero, 2012

Las venas del desierto

Una mujer blanquísima debe atravesar un terreno enorme para volver a su casa. Es un terreno desierto, como una cancha de fútbol sin pasto, con la tierra dura y el polvo fino. El sol está arriba, inclinándose a lo que en este momento es su derecha. Son las ocho de la tarde y el sol parece la furia de alguien. La mujer se siente bajo la lupa de algún niño de los que cuida, allá, en esa casa de regadores automáticos y en donde hasta las flores deben obedecer. La mujer blanquísima tiene en las piernas numerosas líneas azules que se ramifican. En los párpados también se le dibujan rocíos de finísimas venas rosadas. Cada día que atraviesa la cancha,  más blanca llega a casa, no hay pista de pieles coloradas. El sudor se le aloja en las ojeras y por el reverso de las rodillas. No pareciera a simple vista que viene caminando desde el otro lado del terreno. Son las ocho de la tarde y una luz naranja atraviesa con menor o mayor rabia cada una de las cosas. Pero ella es un cuerpo pál