El prólogo más bello que leí en mis últimos 58 años
ENTRE NOS El arte permanece fuera del tiempo, inalterable, a no ser por el ojo que lo ve. Así también el polvo, magna manifestación de la muerte. Entonces, es posible decir que el deseo de «hacer» arte no es sino el deseo de «hacer» muerte, espacio en donde el sosiego es absoluto. Así, es ineludible para mí, el caer al abismo que se abre al mirar esta serie de lagartas, divertimento extremadamente personal de la artista, que, involucrada en los infinitos juegos y disfraces de sus creaturas, termina por borrarnos la sonrisa e incrustarnos en lo inevitable. Es ahí donde quedo atrapada, en esa grieta imborrable y sonriente que Gabriela Villegas me planta en el camino, y que amable, me obliga a transitar. Pero a diferencia de ella, no puedo sonreír. Los gestos y malabarismos de esas reptiles se me graban en la mirada y me agarran por el dedo hasta hacerme necesario el rastro sobre el papel. Entonces, enlazadas en interminables conversaciones, surge este doble juego, donde el arte