Estábamos en un bar. Lo sé por la luz tenue y lo relajado de nuestras posiciones alrededor de una mesa. Nos habíamos instalado en una esquina bastante lejos de todo, tanto que ha ratos no parecía un bar sino nuestra casa, una casa con una esquina travestida de bar en penumbras. Recuerdo que brindábamos con copas y champagne y que nos reíamos mucho porque nos parecía ridículo estar tomando champagne en un lugar como ése. Junto a mí dos siluetas masculinas se movían de vez en cuando, dos siluetas que no le importaban a nadie, porque la distancia, el espacio que nos separaba de ellas, en este sueño no era relevante y aunque estuvieran junto a nosotras, ellos estaban lejos. Eso es algo que me gusta de los sueños: la insignificancia del espacio. Así sucedía. Ni ella ni yo no podíamos oírlos. Ella estaba al frente mío, duplicada y borracha, como si hubiese burlado al tiempo y pudiera coexistir con una que sería después, así es, allí, frente a mí, se encontraban una Telma del