Telma/Telma



Estábamos en un bar. Lo sé por la luz tenue y lo relajado de nuestras posiciones alrededor de una mesa. Nos habíamos instalado en una esquina bastante lejos de todo, tanto que ha ratos no parecía un bar sino nuestra casa, una casa con una esquina travestida de bar en penumbras. Recuerdo que brindábamos con copas y champagne y que nos reíamos mucho porque nos parecía ridículo estar tomando champagne en un lugar como ése.

Junto a mí dos siluetas masculinas se movían de vez en cuando, dos siluetas que no le importaban a nadie, porque la distancia, el espacio que nos separaba de ellas, en este sueño no era relevante y aunque estuvieran junto a nosotras, ellos estaban lejos. Eso es algo que me gusta de los sueños: la insignificancia del espacio.

Así sucedía. Ni ella ni yo no podíamos oírlos. Ella estaba al frente mío, duplicada y borracha, como si hubiese burlado al tiempo y pudiera coexistir con una que sería después, así es, allí, frente a mí, se encontraban una Telma del pasado y una del presente.

A mi era la del pasado la que me interesaba, porque me perturbaba. Aquella que sin lógica alguna parecía mucho más vieja y decadente que la Telma que yo conozco. La del presente en cambio, lucía tan bella y saludable como siempre, y sin embargo, carecía de atractivo para mí. La Telma maltratada, la de los dientes amarillos, ésa era la que me estremecía. Una Telma que alojaba historias en pliegues de piel y que no disimulaba ojeras porque su esfuerzo todo se le iba en abrir los ojos, mantener la mirada, seguir lógicamente una conversación.

Esto debe haber ocurrido en un segundo. Aunque decir ocurrido es mucho, porque aquí no ha ocurrido nada. Es una instantánea, una escena amarilla sin acciones. Inenarrable.

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