Párpados

En los párpados de Ana se esconde una media luna gris y cayéndose. 
En los párpados de Ana se depositan pequeñas flores pálidas que nadie le trae, 
porque ella es la explanada, el recorrido, la llegada. 
En los párpados de Ana vive la bailarina triste de párpados ceniza, extraviada. 
En los grandes párpados de Ana se acomoda la mirada suspendida y desecha 
de quien no tiene ya nada que perder. 
La invitación recostada en el sofá sombrío
y suave 
como los párpados de la bailarina que vive bajo los párpados de Ana. 
En los párpados de Ana golpetean los héroes de sus cuentos favoritos,
le cepillan las cejas, las hermosas cejas de Ana, 
que caen dóciles hasta sus pómulos rosados, hasta su cuello y hasta sus hombros. 
De cejas se viste Ana, y de párpados. 
Ana vive en un párpado suyo y está tan pálida como si otra ya fuera,  
un deseo perdido, un noviazgo sagrado interrumpido por ninguna razón. 
Una lejanía planetaria. 
No existe dolor más grande, me ha dicho, que el de la desacralización.

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