Texto de Rosa Alcayaga Toro* para la presentación de "La extravía"

                  Blaubart, Pina Bausch

Algunas reflexiones acerca del libro "La extravía"


En el epígrafe de Margarita Yourcenar que abre este libro de cuentos LA EXTRAVÍA de NINA AVELLANEDA, se dice: no podemos construir “una” felicidad “sino sobre unos cimientos de desesperación”, felicidad que como sabemos no es un estado permanente como no lo es tampoco nada de lo humano, como bien dice ese epígrafe es “una”, no “la” felicidad en tanto algo acabado, pero esto me lleva a pensar y quiero compartir con ustedes lo que decía el premio Cervantes Francisco Umbral en su ensayo acerca del poeta español Federico García Lorca de que no hay un buen poeta sin una gran tragedia. Quizás acumulando vida. En cierta forma homologamos estas dos reflexiones puesto que de alguna manera lo dicho por Yourcenar y que NINA AVELLANEDA recoge en su texto nos está indicando cuál es el pulso de su obra. Quisiera disculparme puesto que la prosa no es mi campo específico de estudio, sino más bien, la poesía, por eso quizás no me sienta tan calificada para analizar este libro de cuentos. Entiendo, eso sí, que para NINA AVELLANEDA es importante que esté acá, a su lado, por mi interés en la literatura de mujeres y porque mi interés tiene que ver con una mirada feminista. Y hay algo más que quiero agregar siguiendo con García Lorca, puesto que este poeta es el cantor de tres grupos humanos postergados, los gitanos, los negros y los homosexuales, todos ellos al margen en esta denominada “civilización” que nos ha marcado el pensamiento eurocéntrico dejándonos como herencia lo colonial con esa aspiración a imitar siempre modelos europeos, un cierto “blanqueamiento cultural” en donde el blanco para nosotros es superior, lo que se transmite, por ejemplo, a través de los refranes y dichos que no son bromas, aunque lo parezcan, como que “somos los ingleses de América”, o como ahora en los gobiernos de la Concertación, ídem Nueva Mayoría, que a través de su política exterior pareciera afirmar que este país llamado Chile ha tenido la desgracia de haber nacido en un barrio pobre como América Latina. 

Pero veamos de qué nos escribe la autora. No cabe duda que ella apunta y se orienta a escudriñar en ese difícil mundo de las mujeres: ese gran grupo que constituye la mitad de la población y que junto a los gitanos, los negros, los homosexuales, las lésbicas, los trans, las etnias y los pueblos originarios son los los postergados y postergadas de la sociedad occidental. Escribirnos es un desafío mayúsculo y en ese empeño de lo que se trata –entiendo que a eso apunta la autora- es rescatar nuestras voces silenciadas.

Adelanto que para mí LA EXTRAVÍA más que un libro de cuentos sería una novela corta. Confieso que mi amigo Sergio Pizarro, poeta y ensayista, quien leyó este libro de NINA AVELLANEDA, fue el primero en arriesgarse. Y en cuanto a divergencias, él sostiene que acá tenemos a una narradora omnisciente. A mí me parece que es una narradora-protagonista, pero agrego que en este libro no podemos hablar de una estructura cerrada. El tipo de narradora-protagonista es el tipo de narrador/a que se utiliza en géneros como el diario o la autobiografía, más común en las narradoras, y hasta hace poco un género vilipendiado y calificado de menor. La protagonista es Ana Jiménez. La autora revela su nombre diría a la usanza de un diario de vida, en donde ella señala, en tanto personaja, su edad de 21 años, todo en cursiva, precisa la época del otoño en que este libro habría sido escrito, y lo indica en el tercer capítulo “El amor y los sueños fulminantes”, bajo un texto llamado “Edith”, en la p.70. En mi opinión este libro pudiera ser perfectamente una novela corta autobiográfica, real o ficticia, en donde la protagonista, Ana pudiera ser Nina. Para mí la autobiografía siempre es ficción. Cito a Aldo Pellegrini: “No hay duda de que toda obra de arte resulta de una transmutación de la experiencia personal del autor”, (p.54 bajo el subtítulo “Motivaciones psicológicas”, en el prólogo a las “Obras completas del Conde de Lautréamont”). Y en cuanto a la otra personaja que de entrada aparece como ese primer y sustantivo amor lésbico de Ana y que se llama Irene, que le da nombre al primer capítulo de este libro, aventuro que Irene se refracta en varias caras, llamadas a veces, Camila, Edith, Luisa o Soledad, las que tienen algo en común: la edad alrededor de los 40 a 45 años, algunas son profesoras igual que la narradora-protagonista, estas Irenes tienen en común una enfermedad, una agonía gozosa y la muerte. Irene y sus diversos rostros que se reflectan a través de un espejo y se nos devuelven para disolverse en los sueños. Creo que esta personaja es una sola: Irene. Entonces tenemos dos personajas centrales que son en mi opinión: Ana e Irene. Me da la impresión que acá los personajes masculinos sirven de referencia o de enlace. O están ahí sin abrirse, sin desarrollarse, a veces solo se mencionan, pero en mi primer acercamiento a este libro me parece que más bien solo escuchan, no entran en conflicto con los personajes femeninos ni con Ana ni con Irene.

Desde la óptica de la teoría literaria feminista nos referirnos a la literatura escrita por mujeres: para mí desde cualquier perspectiva es importante que las mujeres escriban porque no tuvimos acceso a la escritura por varios cientos de años, perder el miedo y escribir sin descanso. Escribir es un derecho humano, como dijo Lucía Guerra. La letra está ahí. Aunque vivimos en tránsito de la sociedad letrada a la sociedad virtual, la escritura no desaparece. El lenguaje con toda su carga simbólica son los signos que nos permiten comunicarnos. Sin embargo, la escritura siempre perteneció y pertenece a una elite y es un territorio eminentemente masculino así también la literatura. Nos llevan varios siglos de delantera. Pero volviendo a la teoría literaria feminista sin considerarla como una camisa de fuerza hay literatura de mujeres que reproduce el modelo patriarcal en donde la mujer en tanto personaje no produce ningún cambio y se somete a los parámetros hegemónicos. Aquí reproduzco una opinión del premio Nobel de nacionalidad mexicana Octavio Paz, que me parece relevante, de su libro “El laberinto de la soledad” que dice: “La mujer es un objeto, alternativamente precioso o nocivo, mas siempre diferente. Al convertirla en objeto, en ser aparte, y al someterla a todas las deformaciones que su interés, su vanidad, su angustia y su mismo amor le dictan, el hombre la convierte en instrumento. Medio para obtener el conocimiento y el placer, vía para alcanzar la supervivencia, la mujer es ídolo, diosa, madre, hechicera o musa, según muestra Simone de Beauvoir, pero jamás puede ser ella misma. De ahí que nuestras relaciones eróticas estén viciadas en su origen, manchadas en su raíz. Entre la mujer y nosotros se interpone un fantasma: el de su imagen, el de la imagen que nosotros nos hacemos de ella y con la que ella se reviste. Ni siquiera podemos tocarla como carne que se ignora a sí misma, pues entre nosotros y ella se desliza esa visión dócil y servil de un cuerpo que se entrega. Y a la mujer le ocurre lo mismo: no se siente ni se concibe sino como objeto, como “otro”. Nunca es dueña de sí. Su ser se escinde entre lo que es realmente y la imagen que ella se hace de sí. Una imagen que le ha sido dictada por la familia, clase, escuela, amigas, religión y amante. Su feminidad jamás se expresa, porque se manifiesta a través de formas inventadas por el hombre.” (1995: p.214). Por otro lado, respecto de la literatura escrita por mujeres, hay otras autoras que pretenden subvertir desde la literatura ese orden estatuido, algo que no es fácil. Acá hay dos cosas: uno, cómo representamos y representar a los personajes femeninos en la literatura ya sea escrita por hombres y/o mujeres; y dos, está el canon con el que se miden analíticamente las obras literarias para decir si estas son buenas o malas, que obedece siempre a las coordenadas hegemónicas vigentes. Afortunadamente, hoy, con muchas cultoras y también cultores en rebeldía que buscan escapar al modelo fálico de alguna manera, éstas y éstos se escurren por entre las hendijas del patriarcado literario actual intentando construir personajes mujeres que sean sujetas como constructoras de mundo. Acá hago un paréntesis. Creo que formadas bajo coordenadas ajenas si bien existe la voluntad de escribirnos, nuestros escritos literarios a veces no pueden escapar a lo aprendido, porque, al mismo tiempo, que nos enseñan a escribir nos están entregando una cierta visión de mundo, no es un aprender neutro que pretende ser abstracto, pero se nos cuela ese aprendizaje, se nos cuela la visión de mundo de subordinación, se nos cuela amorosamente, se nos cuela a golpes, porque aunque tratamos de que nuestros personajes y nosotras mismas no giremos en torno a esa única y exclusiva representación de la luz; luz que, desde la perspectiva simbólica, es el logos y el logos está representado por el hombre y está representado por dios, los autores fálicos simbólicamente y también en la realidad, tengámoslo en cuenta, nos hacen girar en su rededor eternamente, por eso pienso que muchas veces nuestra escritura está caracterizada por la ambigüedad porque no nos podemos desprender totalmente de ese aprendizaje hegemónico, no vivimos en una burbuja, esa ambigüedad sería una forma de defendernos, de expresarnos por entre las fisuras, para evadir el tutelaje escritural.

Volviendo a LA EXTRAVÍA, creo que es un libro de amor. Sergio me lo sopló al oído. Pero lo que no me dijo: que este no es un libro de amor cualquiera, sino que es un libro de amor lésbico. La primera señal de una ruptura que acá podemos visualizar, una ruptura central que abre hendijas por donde escurren nuestros escritos salvando los amarres del modelo dominante. Ahora y antes de seguir me enfocaré en el nombre de este libro. Que me llamó mucho la atención. Para mí en poesía la sonoridad es vital y este nombre, pido disculpas a la autora, me hacía ruido. Entonces decidí, más allá del sonido, enfocarme como correspondía en el verbo EXTRAVIAR. Entonces EXTRAVÍA como la tercera persona del presente de Indicativo del verbo EXTRAVIAR. O más sugestivo aún, EXTRAVÍA, del Imperativo dirigido a un “tú”, que es una orden. Y el verbo EXTRAVIAR entre sus muchas acepciones está: “no encontrar en su sitio a las cosas”, “no fijar los ojos y la mirada en algo”, “equivocarse de camino”. Y luego de eso pensé, este nombre es provocador; pero lo mejor de todo viene ahora cuando una de las acepciones de EXTRAVIAR me resulta como el corolario de las anteriores definiciones mencionadas acá y que dice: EXTRAVIAR es “Abandonar el modo de vida normal y tomar otra distinta, generalmente desordenada. Descarriarse”. Por supuesto, diría yo. Y al lado de EXTRAVÍA está el artículo “La”. Que apunta el rumbo. Ya sabemos quién es LA EXTRAVÍA en tercera persona. Es ella. O desde el Imperativo se le dice a esa ella que “abandone el modo de vida normal”. “Que se desordene”. La invita “A descarriarse”. “Que se pierda”. O bien le dice “que (ya) está perdida”. No hay otra forma y la narradora lo sabe: “No quiere ser subalterna. Jamás ser subalterna; que se la proteja acaso, pero ninguna orden.” P. 51 “Ninguna orden”. Otro intento de ruptura. Este texto de la página 51 pudiese ser un texto que marca un deseo de ser, podría ser una arte poética, una expresión de voluntad. Esta declaración escritural acaso es suavizada, debilitada, más bien concesiva, quizás, cuando la narradora consiente: “que se la proteja acaso”, como decir, bueno, ¡ya!, y junto con ello deja en claro que no acepta “ninguna orden”. Hay algo más en esta dirección que me llama la atención en este texto “Edith”, de esta Edith que aparece en los sueños de Ana y que, en mi opinión, nos remite a los estudios emergentes de masculinidad. Veamos primero el texto al que me refiero. En “Edith”, la narradora nos da cuenta de una relación sexual lésbica: “Había mucha humedad; estaba lloviendo, sí, pero se diría que la humedad venía de nuestros sexos que calzaban perfecto, como si fueran trozos de carne cruda que se comprimían.”, p.71. […] “Los ojos de Edith me miraban como no me han mirado antes. Ojos enrojecidos, humedecidos, febriles y que sin embargo no pretendían una penetración. Que fantástico se sentía saber que este acto no acabaría en eso, que el orgasmo se adentraba en el tiempo y atravesaba una y otra dimensión. El roce violento, el cabello colgando, los ojos ardiendo y la lengua; todo la misma importancia.”, p.72. A propósito de este particular pasaje del libro, en esta descripción de una relación sexual lésbica, los estudios emergentes de masculinidad que los propios varones están desarrollando, ellos grafican claramente el rol del varón patriarcal o macho alfa y lo representan con el “modelo de las tres P: preñar, proveer y proteger” (Michael Kimmel, 1997: 49). Modelo de hombre heterosexual que a modo de pacto tácito todos cuidan de cumplir y controlar: cuidando de no ser maricón, de no desviarse de la regla. Y para qué abundar con ejemplos de hombres bien hombres, muchachos que siguen a su macho alfa y asesinan a un joven gay como Daniel Zamudio que no cumple con el pacto. Y ‘comerse a varias minas’, es la marca de su virilidad. Y el sexo se practica poseyendo, de poseer, es decir, refiriéndome a la definición del verbo poseer, de “tener alguien o una cosa en su poder o ser dueño de ella”. Las relaciones sexuales vista desde una óptica de propiedad. Otras rupturas que destaco en este libro: enfrentarse con la temática del aborto y en el primer capítulo en el texto “Lluvias y santuarios”, la narradora habla del aborto y dice “Las pastillas llegaron a la casa…”, p. 22. Y el femicidio como expresión de la violencia de género más extrema se aborda en el texto “Recuerdos del Rívoli”, último texto del primer capítulo, cuando hacia el final, cito: “La mujer cae secamente sobre el pasto húmedo y el hombre le abre la cabeza con una piedra angulosa. Al segundo golpe ya no respiraba. Después de cincuenta minutos de usar su cuerpo, el asesino guarda las pertenencias de la víctima en el maletero, es un bolso y un libro que asoma. Todo se lo deja, menos el libro, que utiliza para cubrirle el rostro” (p.34). Fin del primer capítulo “Irene”. Y tiene sentido porque acá muere simbólicamente Irene. Es curioso este texto, en donde la narradora lee un libro cuyo primer cuento se llama “Recuerdos de Rívoli”, igual nombre con el que cierra el primer capítulo de Extravía que se llama “Irene”; me detengo acá porque me parece que la autora utiliza este recurso como una especie de Deus ex machina en donde imagina la muerte simbólica de una Irene.

Por último, dos cosas más del libro: uno, está el tema de la muerte que puede responder al influjo literario romántico y recojo lo siguiente: “El enigma de la muerte –que domina al hombre y a la mujer arcaicos como pavor cósmico e inquieta aún la conciencia profunda del civilizado…“ (José Luis Vega, La visión trágica en la poesía de Pablo Neruda. Antología General, 2010: 583). Lo oscuro, lo tétrico, lo trágico y lo luciferino que atisbamos, por ejemplo, en una seguidilla de textos sucesivamente denominados “Oscuro viento inmóvil”, “Lluvias y santuarios”, “Negro”, en el capítulo 1, cito a la narradora: “Tenía al diablo columpiándose adentro, con un ramo de flores descompuesta entre los dientes y un zumbido de insecto en el corazón”. “Tenía al diablo soplándole palabras en el sueño…”. “El diablo le decía poemas, y era tan dulce como asesino”, p.19 y 20; y, dos, está lo onírico y ciertos indicios de una escritura delirante. Ambos códigos escriturales pueden resultar propicios a la hora de escapar a las ataduras patriarcales como lo hizo, por ejemplo, María Luisa Bombal o Gabriela Mistral. En particular con Mistral un ejemplo monumental que hubo de encubrir su escritura, consciente o no, bajo una superficie que agradara a los críticos conservadores de su tiempo, según concluye, por ejemplo, Grínor Rojo, quien examina la obra de la poeta bajo algunas categorías de la teoría literaria feminista para leer con nuevos ojos y nuevas herramientas de análisis a nuestra premio Nobel. Quiero centrarme en ciertos indicios de una escritura delirante en este libro de NINA AVELLANEDA, la que aparece en el segundo capítulo “Fragmentos del diario de Ana o La enfermedad”, y con mayor fuerza en el tercero y último “El amor o Los sueños fulminantes”, en donde la realidad pierde sus contornos. Y extrapolando definiciones me arriesgo a indicar que una de las claves para explicar este tímido delirio está en “La noción de pérdida del ser amado”. En LA EXTRAVÍA tenemos la pérdida de Irene, la que, finalmente, es recuperada en los pasajes soñadores hasta cierto punto alucinados. “El delirio precipita al narrador/a y a sus personajes por encima o por debajo (esto último más que lo primero) de la línea que postula la racionalidad de lo real y la veracidad del lenguaje”. Es una narración antilineal. Desmorona el relato realista y ofrece líneas de fuga y una posibilidad de dar vida a los “saberes sometidos”. La fractura desmorona ese apresamiento, busca por donde escapar. Cito haciendo referencia a la novela “El árbol” de María Luisa Bombal (1939): “Tal vez quien mejor represente esos saberes sometidos, más bien ocultados por la tiranía de Apolo, sea la ninfa Brígida, la protagonista de ‘El árbol’. Ella es sometida por ‘pueril’, por ‘retrasada’, por ‘niña chica’. Términos despectivos producidos por el mundo masculino -el padre y el esposo- para conjurar algo que nunca podrán entender: el pensamiento de la alteridad.” (Mario Rodríguez y José Manuel Rodríguez, Universidad de Concepción). Por último no puedo dejar pasar que en este libro que hoy presentamos observo un tímido diálogo intertextual con autores y personajes que la autora incorpora en su narración, Pina Bausch, Blanche Dubois, la diosa Proserpina (Perséfone) o los escritores Onetti y Roberto Arlt; estoy segura que no es una casualidad y me parece que refuerzan el sentido de la historia y el devenir de sus personajes, refuerzan el tono que le ha querido imprimir la autora a este libro intentando una apuesta arriesgada que pretende construir una escritura que desafíe el modelo literario patriarcal.

Y Sergio me dijo: es un libro que recomiendo. Y tiene razón.

Valparaíso, julio del 2016



*Rosa Alcayaga Toro es periodista de profesión. Poeta como razón de vida. Magíster en Literatura, con su tesis acerca de la obra poética de Stella Díaz Varín. Trabaja actualmente en la Universidad de Playa Ancha.

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