Las ocho heridas
Estaba inmovilizada mirándome los antebrazos. Sucedió que tenía cuatro heridas por lado muy profundas y en forma de rombo. Tienen que haber tenido el tamaño de un dado promedio y estaban como teñidas con Povidona o alguna cosa anaranjada que mantenía sanas las heridas. Heridas que por ningún motivo debían cerrarse porque en realidad no eran heridas sino un ser humano que ocupaba mi cuerpo intrusamente y en forma de ocho agujeros. Recuerdo que me angustiaba que no se pudiera expresar. No nos podíamos comunicar porque existíamos en diferentes formas y por lo tanto teníamos códigos diferentes. Me sentía bastante invadida y atemorizada además por los ocho agujeros que de pronto habían aparecido. Después de un rato pude moverme. Caminé y moví los brazos, las heridas seguían ahí y yo seguía también con la sensación de pesar muy fuerte. En el fondo le tenía lástima porque era casi un vegetal, aunque algo me decía que además tenía eso, esa cosa eso, que llaman espíritu. Me quedaba pensando a ratos, miraba los ocho rombos tan simétricamente dispuestos y sabía que era hombre.
Un día que salí a andar en bicicleta descubrí que cuando alcanzaba gran velocidad el viento que se colaba por mis agujeros sonaba armoniosamente, como si éstos, de manera independiente y muy virtuosa se cerraran y abrieran para hacer melodías. Mis antebrazos eran ahora un instrumento de viento, qué felicidad de no ser porque yo y el segregado hombre que me habita no habíamos cruzado ni una sola palabra.
Después de mucho concentrarme, de examinarme y de volcarme en lecturas de los más diversos campos, me abandoné al destino y no volví a hablar con nadie más en la vida. Creía que era inútil entablar conversaciones triviales con el resto de la gente si con la única persona que verdaderamente tenía que hablar no podía hacerlo. Fue un tiempo difícil ése, hasta creo que quizá lo soñé porque todos los recuerdos son bastantes vagos. Por aquel tiempo, me fui de la casa, le dejé los niños a mi hermana y el jardín a dios. Cuando volví, después de dos meses y sietes días según mi hermana, los niños estaban bien, me echaban de menos y me llenaron de preguntas. El jardín por su parte, estaba muerto y me costó varias semanas traer de vuelta a mi Magnolia.
Volví porque todo estaba resuelto. Una noche fría y húmeda tuve la sensación de que mis heridas me pedían abrigo. Yo siempre llevaba los antebrazos descubiertos por miedo a que con el roce de la ropa les entrara alguna infección, porque eran heridas abiertas, la carne viva y todo eso, aunque afortunadamente nunca tuve dolores. Pues bien, aquel día, en lugar de utilizar una venda en los brazos, lo que hubiera sido lo más juicioso, introduje un dedo en el primer orificio del antebrazo izquierdo. Fue repentino, seguramente pensé que así evitaría que le entrara aire y ya no tendría más frío este pobre hombre incomunicado. Pero sucedió que cuando introducía el índice, desde el fondo de mi carne emergió un efusivo gemido. Parecía realmente como si este hombre hubiera despertado desde el fondo de un abismo, desde dentro de siglos enclavados en su materialidad o quizá solo desde dentro de mí. Un gemido estridente a ratos que se acrecentaba a medida que el resto de mis dedos se iban involucrando también en este acto.
Después de esa noche, su vida y la mía dieron la vuelta al mundo, por decirlo de alguna forma y todo cambió. Nos comunicábamos fluidamente, supe de sus preferencias y del resto de su especie, me contó que existen hace bastante tiempo ya, y que él en todo caso era un caso inigualable, pero parte de la normalidad de todas formas.
Ahora que estoy de vuelta en mi casa, visto un polerón con mangas a toda hora y solo hablamos de tres a cuatro de la mañana, cuando los niños duermen y las heridas se atreven a modular.
Un día que salí a andar en bicicleta descubrí que cuando alcanzaba gran velocidad el viento que se colaba por mis agujeros sonaba armoniosamente, como si éstos, de manera independiente y muy virtuosa se cerraran y abrieran para hacer melodías. Mis antebrazos eran ahora un instrumento de viento, qué felicidad de no ser porque yo y el segregado hombre que me habita no habíamos cruzado ni una sola palabra.
Después de mucho concentrarme, de examinarme y de volcarme en lecturas de los más diversos campos, me abandoné al destino y no volví a hablar con nadie más en la vida. Creía que era inútil entablar conversaciones triviales con el resto de la gente si con la única persona que verdaderamente tenía que hablar no podía hacerlo. Fue un tiempo difícil ése, hasta creo que quizá lo soñé porque todos los recuerdos son bastantes vagos. Por aquel tiempo, me fui de la casa, le dejé los niños a mi hermana y el jardín a dios. Cuando volví, después de dos meses y sietes días según mi hermana, los niños estaban bien, me echaban de menos y me llenaron de preguntas. El jardín por su parte, estaba muerto y me costó varias semanas traer de vuelta a mi Magnolia.
Volví porque todo estaba resuelto. Una noche fría y húmeda tuve la sensación de que mis heridas me pedían abrigo. Yo siempre llevaba los antebrazos descubiertos por miedo a que con el roce de la ropa les entrara alguna infección, porque eran heridas abiertas, la carne viva y todo eso, aunque afortunadamente nunca tuve dolores. Pues bien, aquel día, en lugar de utilizar una venda en los brazos, lo que hubiera sido lo más juicioso, introduje un dedo en el primer orificio del antebrazo izquierdo. Fue repentino, seguramente pensé que así evitaría que le entrara aire y ya no tendría más frío este pobre hombre incomunicado. Pero sucedió que cuando introducía el índice, desde el fondo de mi carne emergió un efusivo gemido. Parecía realmente como si este hombre hubiera despertado desde el fondo de un abismo, desde dentro de siglos enclavados en su materialidad o quizá solo desde dentro de mí. Un gemido estridente a ratos que se acrecentaba a medida que el resto de mis dedos se iban involucrando también en este acto.
Después de esa noche, su vida y la mía dieron la vuelta al mundo, por decirlo de alguna forma y todo cambió. Nos comunicábamos fluidamente, supe de sus preferencias y del resto de su especie, me contó que existen hace bastante tiempo ya, y que él en todo caso era un caso inigualable, pero parte de la normalidad de todas formas.
Ahora que estoy de vuelta en mi casa, visto un polerón con mangas a toda hora y solo hablamos de tres a cuatro de la mañana, cuando los niños duermen y las heridas se atreven a modular.
Comentarios
Ese es un buen relato, no solamente por la forma en que nació.. aunque es probable que muchos relatos nazcan de formas similares, como un sueño en una noche cualquiera, nos apropiamos de las obsesiones y le tratamos de dar peso. Me gustó esa relación que tiene el personaje con la intimidad de su violación. pq a esa mina se la están violando... de una forma muy cortés, pero violación al fin y al cabo.
Hay un escritor de comic que se llama Garth Ennis, que escribió una historia que se llama "Solo un peregrino", que trata de que el sol recalienta la tierra, y el 99% de la vida en el planeta muere, lo que queda vivo, trata de sobrevivir de una forma desesperada. Después del apocalipsis, viene el horror: criaturas espantosas salen de debajo de los escombros, mutaciones, seres que parecen venir del infierno mismo... entre esos, están unas criaturas luminosas que parecen esponjas y que se desplazan reptando. Reptan hasta sus presas, se introducen en ellos mientras duermen y alcanzan su corazón. La víctima se transforma en un vehículo para la criatura, en un zombie...
por eso le decía que era de zombies :).
Se apagó la luz ayer en todo chile...
yo también tengo una linterna
Me gustaría leer "Solo un peregrino",
y también quiero terminar "Conan el niño del futuro" Son puros vaticinios!!
Besos!
Yo amé tu cuento. Puedes ser tan adorable a veces (8).
Me encantó que una de las 1º preocupaciones de la narradora haya sido comunicarse con la cosita rara ésa... Eso me llamó mucho la atención. Y también esa escena preciosa de la bicicleta, del instrumento de viento.
No sé qué más decirte... sólo que amé el cuento (L) Desearía haberlo escrito yo; supongo que es el mejor elogio. En cierto modo, podría haberlo escrito yo, pero aún no puedo desprenderme de mi cursilería habitual. Algún día lo lograré.
Muchos aleteos y todo eso.
P./A./L.L y las demás