Silencio, Alejandra Costamagna
Escritores y obsesiones: siete peldaños
Alejandra Costamagna
PRIMERO: VELOCIDAD/
El escritor obsesivo es lento. Aunque lento no es
exactamente la palabra. Al escritor obsesivo no le llegan ideas inspiradas con
perfiles de perfección; no escribe de un plumazo. Son más bien ideas sueltas,
sin forma, que aparecen de repente. Ideas que se le pegan. Que le hacen abrir y
cerrar la libretita o buscar un papel con urgencia. Abrir y cerrar el
computador. Sacarle y ponerle la tapa al lápiz. Y así van tomando forma los
párrafos sueltos. Al final nunca está claro dónde partió la idea. Dónde empezó
a escribir lo que después quedó y en una de ésas fue libro o apunte para una
charla o para una publicación dedicada a temas de Literatura y Psicoanálisis,
por ejemplo.
SEGUNDO: DESVELO/
El escritor obsesivo es insomne. De esos insomnes que
miran con cero romanticismo el insomnio. Lo malo del insomnio, piensa, es que
no siempre es aprovechable. Y lo peor es que nunca se sabe cuándo es
aprovechable y cuándo no. Lo más aprovechable quizás sea lo inconexo. El mundo
de ideas que corren en ese estado de embriaguez que se produce en los extremos
del desvelo. "Si he percibido ciertas cosas en la vida es porque tuve la
suerte de no poder dormir", dijo alguna vez Émile Cioran. Mentía, cree el
escritor insomne. No le cree nada al rumano. Nadie puede mirar el insomnio como
un don, piensa. Y corrige a Cioran: "Si he escrito ciertas cosas es porque
tuve la mala suerte de no poder dormir".
TERCERO: DUDAS/
¿Proceso creativo? ¿Método? ¿Construcción argumental? El
escritor obsesivo duda. Su respuesta es no sé, a veces, de repente. "Cree
en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto", escribió el sintético
Augusto Monterroso. Y luego: "Cuando sientas duda, cree; cuando creas,
duda. En esto estriba la única verdadera sabiduría que puede acompañar a un
escritor". Y el escritor obsesivo duda y acumula diálogos, escenas,
palabras. Duda y escribe. Duda todos los días. Escribe sobre las dudas, cambia
sus juicios. Si antes pensaba, por ejemplo, que un texto bien escrito debía
tener una sintaxis impecable, ahora cree que bajo el ropaje de la incorrección
formal puede haber un material brillante. Y puede que el brillo derive
precisamente de la insolencia de esa escritura no moldeada, un poco salvaje.
Ahora piensa que hay que poner el ojo ahí también: en el inconsciente del
texto. Que es posible encontrar joyas escondidas bajo una puntuación de
apariencia defectuosa o de una cortina de muletillas, barbarismos, excesos de
signos y otros vicios que empañan la lectura en la superficie. Ahora piensa que
la buena escritura no se agota en los puntos y las comas bien puestos, sino
también en el nervio latente de lo escrito.
CUARTO: SISTEMA/
El escritor obsesivo no tiene sistema, ya lo vimos.
Escribe a pedacitos: Ideas que aparecen como rumiaciones. Se levanta, va al
baño, cambia el agua del guatero y del bambú, recibe la cuenta del gas, le da
comida al gato, revisa el correo electrónico, manda un mensaje a los editores
de una revista, dice que escribirá sobre obsesiones y literatura, escucha el
sonido de una cortadora de pasto quizás dónde, desconecta el teléfono, pela una
manzana, mira con envidia al gato flojo desparramado en el sillón, se sienta,
piensa que todavía no escribe una línea, piensa que en realidad no sabe cuál es
el vínculo exacto entre escritura y obsesiones; piensa que se ha metido en un
problema.
QUINTO: ECOS/
El escritor obsesivo piensa que hay que olvidar la
teoría. Pero no hay que olvidar, en cambio, que la mejor ficción brota de la
realidad. Al escritor le parece que es conveniente escuchar todo el tiempo.
Escuchar, sobre todo, el eco de las palabras. No mirar en menos al
inconsciente. Al revés: afanarse con las obsesiones. Buscar el pliegue común
con el personaje y la historia escogidos. Incluso si fuera un defecto o un
vicio. Y una vez hallado, encaminarse en la ficción. Escribir en bruto y dejar
que las palabras reposen. El escritor concibe la lectura como un sedimento. Y
piensa que hay que leer no sólo libros. Leer las cartas al director, los
anuncios del metro, los manuales de instrucciones, la guía de teléfonos, el
menú, las páginas de hípica, el chiste. Pero hay que atender, eso sí, al eco de
Chéjov.
SEXTO: MÚSICA/
El escritor obsesivo, que en verdad es la escritora
obsesiva, piensa —pienso— que el argumento es una excusa. Lo que importa, en
realidad, es la forma. El cómo antes que el qué. La estructura, el tono, el
ritmo. Que el texto fluya. No sólo que esté correctamente escrito. No sólo que
sea una buena historia. No sólo que no chirríe. Que suene, que no lo diga todo,
que insinúe. Roberto Bolaño lo apuntaba de otro modo: "Lo que se cuenta
siempre es una variación de lo que el hombre se viene contando a sí mismo desde
hace miles de años", decía. "Lo que cambia, lo que permite que el
árbol, si aceptamos darle esa figura a la experiencia literaria, se mantenga
vivo y no se seque es la estructura, nunca el argumento. Esto, por supuesto, no
quiere decir que el argumento, el tema, no importe, claro que importa, o tal
vez lo que importa sea la dosificación del tema, la reformulación de la dosis
temática, pero lo importante es la estructura. La estructura es la música de la
literatura".
SÉPTIMO: SILENCIO/
Dijo Chéjov que en literatura es mucho mejor quedarse
corto que decir demasiado. Digo yo: sugerir, deslizarse apenas por la cubierta
de las palabras. Decir sin decir.
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