Formas de salir de casa



Supone que así es como la gente se va de casa. Mirar primero las paredes, las esquinas, la textura de una tabla, el techo, el piso; una mirada circular de la habitación. Solo que esta es pequeña y el recorrido termina pronto. Luego una pena por lo que no puede llevarse, su cama, el mueble en donde apilaba sus libros, en contraposición a lo que si se lleva, en contraposición a la niña de la casa, que no verá.  



No quiere mirarlas, quiere estar en otro lugar y que hayan pasado días. Quiere un poco de costumbre, no lo que siente ahora. No quiere mirar pero mira, levanta la cabeza y se despide, el rostro serio, la nostalgia es por la niña, porque no olvidará que esto lo esperaba la madre hace mucho tiempo.



Dos años antes no había niña, esa niña violenta con venitas en los párpados y labio superior ligeramente levantado. Aún era hija única o hija sola como se decía de chica. Su nacimiento coincidió con la llegada de otra persona, una mujer a la que vamos a llamar Irene. Irene y Ana se conocieron en la casa de Catalina. Había un cumpleaños y  mucho pisco que según ellas tenía agua.

¿Por qué el pisco está tan suave? ¿Alguien le echó agua al pisco? Oye sí, ¿esto es pisco? Cuatro horas más tarde Catalina dormía, los invitados se habían ido y Ana e Irene  frente a frente sobre el saco de dormir de los que se quedaban.



¿Acostémonos? Sí, tengo sueño. Ay, no me voy a sacar nada. No, yo tampoco. Ven.

Irene se deja abrazar por Ana. Duermen frente a frente y sonríen. Están totalmente ebrias, más que abrazadas parecen agarradas para sostenerse. Solo que están acostadas y no pueden caerse más. Ana besa con suavidad a Irene, solo un beso y hasta el otro día. Despiertan tal cual se acostaron. Se toman un té, hablan de que amaneció nublado, de los remedios que Irene debe tomarse pronto, del dolor de cabeza con el que Ana pelea y del té, que está rico, que está tan bueno, no como el pisco  asqueroso de anoche, que ay qué horrible que es, más encima con agua.



Catalina se había ido hace rato. Cuando Irene se fue Ana volvió a acostarse, pero en la cama de Catalina y con el gato de ésta. Le decía que su cabeza, que su cabecita y que a qué hora se le iba a pasar. Irene había bajado corriendo el cerro. Delgada y con mochila. Nadie diría que esa mujer tenía más de  cuarenta años. Ana se quedó mirándola un rato largo desde la terraza del segundo piso, le había dado un beso de buena suerte en la boca. Sumaban dos besos y dos sonrisas de Irene.



Te buscaste otra mamá, le había dicho entonces la mamá de Ana a Ana. Y desde ese día, que no era el mismo día de los besos y el pisco con agua, la madre de ella, de Ana, había estado enojada. Mi madre siempre está enojada, eternamente enojada conmigo, le decía la muchacha a sus amigos. Uhmm, respondían ellos, es que es otra generación. Sí, concluía Ana. Pero hoy, hoy que se va de la casa, piensa que no importan las generaciones cuando alguien es la mamá de uno.


Comentarios

Maria ha dicho que…
Es mi gran problema... me cuesta mucho salir de lo que es mi departamentos..... estoy tan comoda , y con esto de la opcion de delivery que uno ni para comer necesita salir necesariamente.
Así que gracias! me siento comprendida.......

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