Clarice mamá o Solo un diamante puede cortar a otro diamante
Clarice mamá*
En los años
50, período en el que vivía en Washington, Clarice Lispector mantenía un cuaderno
titulado “Conversaciones con P.” en el que registraba diálogos con sus hijos
aún pequeños, Pedro y Paulo.
28 de
septiembre de 1955
Él paseando
apresuradamente de un lado a otro, con aire interesado y concentrado.
-¿Qué pasa,
Pedro?
-Estoy
pensando.
-¿En qué?
Él con cara
de desprecio mezclado con orgullo y recelo de que yo no le diese importancia,
por eso él mismo no quiso darle importancia.
-¡Ah, solo
sueños bobos, locos!
-No, no son
bobos ni locos. ¡Adoro tus sueños! Cuéntamelo.
-Oh, a
veces tengo sueños tontos y extraños. A veces tengo sueños terribles.
-¿Mientras duermes?
-No, tengo
sueños terribles cuando no estoy en la cama. ¡Sé resolver sueños terribles!
(Con cara de orgullo). ¡Pero no tengo miedo! ¡No me importa (mentira; estaba
negando la verdad sin que nadie se lo
hubiera pedido, defendiéndose de ella).
-Cuéntame
un sueño terrible.
Le costó
mucho, tartamudeó, vaciló. Lo que le salió fue:
-Son sueños
terribles de águilas volando cerca de mí, ¡pero no me pican! No les hago caso.
¡A veces son dinosaurios! Pero yo sé que no son de verdad. ¡Los sueños no son
de verdad! Pero yo consigo resolver estos sueños terribles… Y los sueños
extraños también.
-Háblame de
esos sueños extraños.
-¡Ah, son
tontos! –dijo riendo-. Como bebés en un nido, como pajaritos; ¡como comer
hierba! ¡Como personas poniendo huevos, como los reptiles!
Pausa.
Paseo.
-También
tengo otros sueños. No son extraños, ni terribles. Son sueños bonitos, sueños
verdaderos.
-¿Cómo qué?
Con
dificultad lo que le salió fue:
-Me
transformo en otras cosas y paso a ser otras cosas.
Pausa.
Paseo.
-Sueño que
me ha cambiado la voz, que mi voz es otra, ¡que tengo una voz grave y bonita!
Así: ¡felicidades, tío grande…! (voz áspera y ronca). ¡Vete a tu habitación,
tío grande…!
Otras
demostraciones.
-A mí me
gusta más tu voz que esta.
-Pero deja
que te enseñe esta. ¡Esta no es áspera, mamá! Mamá, deja que te la enseñe, no
voy a tardar mucho! (cogiendo mi cara medio implorando medio riendo). ¡Quiero
alegrarte y alegrarme!
-Está bien,
tengo tiempo. ¡Enséñame!
-Él probó
varias voces, todas masculinas y autoritarias, todas teatrales.
De repente
dijo:
-Vamos a
parar de hablar de sueños. Ya basta.
Anteriormente,
meses atrás, me dijo, con una cierta fascinación de descubrimiento, al oír en
un disco a una mujer cantando:
-¡Mamá! ¡La
voz está hecha de nada!
En otra
ocasión, escuchando un disco sin ninguna voz, en el cual el violonchelo era el
instrumento principal, me dijo:
-Me gusta
esta música. Parece la voz de la tierra.
***
Clase de
aritmética conmigo.
-Pedro,
estás leyendo lo que no deberías leer: no tienes que leer las instrucciones
para padres y profesores.
-¡No puedo
evitarlo, mis ojos son grandes!
***
Clase de
aritmética.
Él leyendo
en silencio las instrucciones del pequeño problema, yo me quedé sin saber si
estaba realmente leyendo o pensando en otra cosa.
-¡Pedro,
lee en voz alta!
-No, porque
mis ojos son mejores que mi boca.
***
Interesadísimo
en transformar Canadá en un continente. De vez en cuando hablamos de eso. Un
día, de repente, con un tono de rabia, esperanza y confianza y amenaza:
-¡Tengo que
transformar Canadá en un continente! ¡Cuando crezca voy a hacerlo! ¡Algún día
probaré que Canadá es un continente!
¡Cuando
crezca voy a hacerlo! ¡Algún día probaré que Canadá es un continente!
Días
después, un poco preocupado, emocionado:
-Cuando
alguien escriba un libro sobre Canadá, ¿qué van a decir de mí?
Yo: -Dímelo
tú.
Él: -¡No!
¡Dímelo tú!
Yo: -Dímelo
tú.
Él,
molesto: -Van a decir, Pedro es el hombre que transformó Canadá en un
continente.
*Del libro "Clarice Lispector. Dónde se enseñará a ser feliz y otros escritos" Siruela, 2012
*Del libro "Clarice Lispector. Dónde se enseñará a ser feliz y otros escritos" Siruela, 2012
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