Sueño 6

Para que el dentista lo atendiera a uno había que madrugar. Había que sentarse con actitud de mártir en la sala de espera y obedecer con humilde contención a la enfermera de turno. Yo, hoy por hoy recuerdo bien pocas cosas, o para ser precisa, recuerdo con exactitud muy pocas cosas, con exactitud y certeza de que ocurrieron mientras estaba despierta. Hay una serie de recuerdos que no han ocurrido y no sé por qué razón han venido  a ocupar una parte de mi memoria como si hubiera espacio de sobra. 

A pesar de esto podría asegurar que aquella ida al dentista ocurrió en otoño, más que por la temperatura lo sé por la luz de la estación. Podría decir también que fue una muela y no un diente lo que me fui a sacar y que la atención fue rápida, que quizá la muela saltó y que luego se fue al tacho de la basura.

Tuve que haber salido del hospital a eso de las ocho de la mañana, luego tomé una micro y me senté en un asiento ventana por la mitad del bus. Recuerdo perfectamente la canción que salía de mis audífonos, es el recuerdo más exacto: La última mirada, de Congreso .Recuerdo también que hacía frío, y que haberme sentado junto a la ventana no tenía otro motivo que allegarme al sol, aunque a esta hora no había lo que se llama un sol pegando en la ventana, sino solo rayos insípidos que iluminaban harto si. 

Sonaba entonces la canción cuando él aparecía con un pequeño espejo en las manos y de pie rondándome. Una sala blanca y alta como manicomio de película y mi frío en el cuerpo. No me movía, el viaje en micro me había agotado, la sala me parecía propicia para descansar en el piso, lo que fuera, y así lo hacía, descansaba.

Su espejo buscaba el sol para dármelo en el rostro. Yo se lo agradecía con una sonrisa lenta y sin esfuerzo porque sonaba Congreso en su versión romántica y esa era mi respuesta. Me abrigaba con su espejo y a pesar de que se movías alrededor mío nunca perdía el sol, siempre estaba completo en el vidrio, reducido a su tamaño como recorte de mañana en verano.

El piso era perfecto para dormir, pero si me había venido a ver cómo hacerlo, tenía que estar despierta aunque no hablara, la canción era mi discurso. Yo lo asumía con la esperanza de los que viajan en bus.

Viajaba en una micro a las ocho de la mañana, de vuelta. Nadie subía y además del chofer solo un hombre más viajaba conmigo. Él no tenía frío seguro porque iba del otro lado y además tenía una chaqueta de cotelé. Yo tenía mi chaleca del colegio, la que me compraron dos tallas más grande para  que me siguiera quedando cuando engordara, pero no engordé ni crecí más, solo se me fue acentuando una mirada de resignación que me hacía parecer aún mayor de lo que era. 

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